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“Si una mujer va sola a una fiesta y la violan, ella es totalmente culpable”. Así piensa el 11% de peruanos, según un estudio de Ipsos publicado en marzo de este año. Otro 20% la considera algo culpable. Ahora bien, podríamos buscar un ángulo optimista y observar que el 66% de peruanos considera que ella no tiene ninguna culpabilidad en la violación; es decir: la mayoría. De hecho, el optimismo podría buscar en las cifras de hace tres años y notar que, según el mismo estudio, hoy en día, son menos las personas que consideran que la culpable de un abuso es la propia víctima. Lamentablemente, el optimismo se hace añicos cuando sabemos que una mujer ha sido violada por un legislador en el mismísimo Congreso.

Más aún, que uno de sus colegas maneja sale en su defensa con el absurdo discurso de que una mujer rodeada de hombres propicia una violación.

Este divorcio entre lo que la sociedad es y lo que se refleja en sus supuestos representantes políticos ya se nos ha hecho costumbre. Como hemos visto, en el estudio de Ipsos, aquellos congresistas misóginos no representan a la mayoría de peruanos; pero, lamentablemente, hacen las leyes que todos debemos seguir. Por ejemplo, los actuales miembros del Congreso están empeñados en retroceder en los derechos avanzados en contra de la violencia contra la mujer en las últimas décadas; desde lo más práctico hasta lo simbólico.

Desde la anulación de la educación sexual en los colegios, hasta el cambio de nombre del Ministerio de la Mujer. Dicen que no existe la violencia de género, mientras que, en el Perú, en el 95,5% de casos de violación las víctimas son mujeres, sin contar que se registran mas de 30 de estos casos, cada día. Consideran adecuado cambiar la palabra “mujer” por “familia”; mientras que es en el seno familiar donde ocurre el mayor porcentaje de feminicidios y violaciones.  

Hace mucho que la democracia representativa solo representa el poder de unos cuantos; pero, con la arremetida del conservadurismo, ese problema nos abofetea más a menudo a las mujeres. Freddy Díaz, el congresista acusado de violación; y Wilmar Elera, el del discurso misógino, son ambos representantes de una minoría retrógrada que -cómo negarlo- tiene mucho poder en nuestro país y que nos ha dejado una de las estampas más denigrantes que se pudieran esperar de un Poder del Estado: una violación sexual en las instalaciones del Congreso.

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