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La mañana del pasado 5 de abril, la presidenta Dina Boluarte, vestida con un atuendo sencillo, acudió a la sede de la Fiscalía de la Nación en medio de un impresionante, aunque quizá excesivo, despliegue de seguridad, considerando que la mandataria llegó hasta el Ministerio Público sin las joyas que tan bien la hacían lucir. Boluarte respondió un interrogatorio por más de cinco horas, en el marco de la investigación preliminar que el Ministerio Público sigue en su contra por presunto enriquecimiento ilícito, por el uso de relojes y joyas de alta gama, por transacciones bancarias sospechosas y, lo que puede ser el hecho más grave, por sonreírle demasiado a Wilfredo Oscorima.

La declaración de la presidenta, como cualquiera otra hecha en sede fiscal, es de naturaleza reservada. Sin embargo, apelando a la importancia de que la población conozca esta información y a la necesidad de ser transparentes en este tipo de asuntos, y también al yape que le hicimos, logramos que nuestro contacto en la Fiscalía nos entregue una copia del documento, una buena copia, aunque —nada es perfecto— la calidad del anillado dejó mucho que desear.

A continuación, un extracto de la declaración:

—Según una denuncia periodística, usted más de una vez ha utilizado relojes Rolex en actividades públicas. ¿Es cierto eso, señora presidenta?

—Es verdad, señor fiscal. Los he usado en varias ocasiones.

—¿Y esos relojes son de su propiedad?

—No, señor fiscal.

—Entonces, ¿de dónde son?

—Son de Suiza.

—Le pregunto, señora presidenta, si usted dice que los relojes Rolex no son de usted, ¿entonces de quién son?

—Son de mi waiki.

—¿De dónde?

—No, señor fiscal. Waiki no es un lugar es una persona. Es mi hermano.

—Entiendo. Entonces está diciendo que los Rolex pertenecen a su hermano Nicanor Boluarte.

—No, señor fiscal. No he dicho eso.

—Por favor, señora presidenta, le pido que sea más clara en sus respuestas. Le vuelvo a preguntar, ¿a quién pertenecen los Rolex?

—A Wilfredo Oscorima, mi hermano, mi waiki.

—¿Usted le dice waiki a Oscorima?

—Sí.

—¿Qué quiere decir eso?

—Quiere decir que le tengo mucho cariño.

—Pero la palabra waiki, ¿qué significa?

—Significa hermano en quechua.

—¿En qué circunstancias Oscorima le prestó los relojes?

—Me los dio en mi cumpleaños.

—Entonces fueron un regalo.

—No, cómo cree, señor fiscal.

—Bueno, siga contando.

—Sí, le decía que el día de mi cumpleaños mi waiki…

—Su hermano.

—Sí, mi hermano Wilfredo fue a la Casa Banchero y me los compró el día de mi cumpleaños. Luego, los envolvió en papel regalo, le puso un moño y…

—Eso claramente ha sido un regalo.

—No, señor fiscal, ya le dije que no. Déjeme terminar mi relato para que me entienda.

—Continúe.

—Le decía que ese día Wilfredo llegó a Palacio y me entregó los relojes en un estuche forrado con papel regalo, con un moño y una tarjeta que decía: De mí, para ti.

—Señora presidenta, por favor. ¿Usted se quiere burlar de la Fiscalía? ¿Acaso todo lo que ha descrito no corresponde a un regalo?

—No, claro que no. Es que no me deja contarle la parte más importante.

—¿Qué parte?

—La parte en que mi waiki me dice: Espero que te guste mi regalo.

—¡Ahí está! Usted misma lo ha dicho. A confesión de parte, relevo de prueba.

—Señor fiscal.

—Nada de señor fiscal. Usted puede ser todo lo presidenta que quiera, pero al Ministerio Público se le respeta.

—¿Va a dejar que termine lo que le estoy contando?

—No veo para qué si ya todo está claro, pero si quiere seguir hundiéndose, siga nomás.

—Cuando mi waiki me quiso regalar los relojes, yo le dije que no. Que de ninguna manera los podía aceptar.

—¿Eso le dijo?

—Claro que sí, sino pregúntele a él. Le expliqué entonces que no era correcto que yo, como la primera funcionaria pública del país, reciba una dádiva de su parte, por más que sea mi cumpleaños.

—¿Entonces usted no aceptó los relojes?

—Claro que sí. ¿Si no cómo cree que los he estado usando?

—Señora presidenta, le ruego, le pido, le suplico que sea más clara, más concreta, más concisa.

—Lo voy a intentar.

—Usted me acaba de decir que sí aceptó los relojes.

—Es verdad, los acepté.

—Entonces aceptó el regalo de Oscorima.

—Claro que no, de ninguna manera. Déjeme explicarle.

—Se lo voy a agradecer.

—Es verdad que waiki me quiso regalar los relojes, pero yo no se los acepté.

—Pero usted ha dicho que sí aceptó los relojes.

—Eso sí.

—¿Y entonces?

—Es que sí los acepté, pero no como regalo. Eso es lo que estoy tratando de explicarle. Los acepté como un préstamo.

—Me está diciendo que Oscorima le prestó los regalos.

—¿Qué regalos?

—No, perdón, quiero decir los relojes.

—Sí, esa es la verdad. Mi waiki me prestó los relojes.

—¿Y por cuánto tiempo se los prestó?

—Por tiempo indefinido.

—¿Qué tipo de préstamo es ese? Si no tiene fecha de retorno, ¿cuál es la diferencia con un regalo?

—Que si digo que es regalo me hundo.

—¿Cómo dice?

—No, digo que la diferencia es que yo solo uso los relojes, pero no son de mi propiedad. Por eso no los declaré.

—Pero entonces, dígame, ¿por qué le dijo a la prensa que el reloj era de antaño?

—No, señor fiscal. Yo no dije que era de antaño, yo dije que era de Añaño, de Carlos Añaño, el empresario. ¿No ve que también es de Ayacucho como mi waiki?

—¿Pero no dijo que el reloj era de propiedad de Oscorima?

—Ah, sí, es verdad. Es que usted me confunde.

—¿Y qué hay de las joyas?

—¿Qué joyas?

—Las que ha denunciado la prensa.

—Señor fiscal, los únicos adornos que tengo y que uso son de bisutería.

—¿Está usted segura? ¿No utiliza una pulsera Cartier?

—Claro que no. La pulsera que uso se la compré por catálogo a una señora que vende Unique en Palacio. Es más, todavía no le he terminado de pagar.

Por razones de espacio, no hemos compartido la transcripción completa. Pese a ello, como la hemos leído en su integridad, podemos indicar que durante todo el tiempo en que fue interrogada, la presidenta no admitió ningún hecho ilícito. Ha preferido, en cambio, recorrer con arrobo y entusiasmo todos los caminos, atajos y vericuetos incluidos, que llevan al embuste. Y lo ha hecho con una desfachatez, con un descaro, con una naturalidad que no son ni regalos ni préstamos de nadie, ni siquiera de su waiki, sino que constituyen —qué duda cabe— parte esencial de su ser. En consecuencia, no hay que ser mezquinos, no podemos dejar de reconocer que esta vez —no hay forma de señalar lo contrario— el mérito es de ella. ¿Alguien quiere ser el primero en felicitarla?

El texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!