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Un país donde el destino de tu vida no esté predeterminado por tu origen geográfico o socioeconómico, donde, sin importar si naciste en la costa, sierra o selva o en la pobreza material más extrema, tengas la posibilidad de prosperar en la vida, realizándote personal y económicamente con base en tu determinación y esfuerzo, es una aspiración justa que el Perú debería estar en condiciones de cumplir. Esa aspiración de prosperidad, con justicia e inclusión es realizable a través de cinco pilares fundamentales.

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El primero -y más importante- es el crecimiento económico basado en la inversión privada, la cual multiplica el empleo, expande la frontera productiva del país y aumenta la actividad económica, redundando en mayores ingresos fiscales para el Estado -vía mayor tributación-.

El Perú es un destino bendito para captar grandes niveles de inversión privada, no solo en el sector minero, sino también en los múltiples proyectos de irrigación, en concesiones para saldar el enorme déficit de infraestructura vial, portuaria y ferroviaria, en la gigantesca demanda por viviendas y más.

Así, crecer al 1.5% es una vergüenza para un país con el potencial y con las necesidades insatisfechas. Que tengamos un paupérrimo crecimiento y un déficit fiscal del 3%, mientras el cobre y el oro cotizan a precios récord, solo se explica por la captura del Estado peruano por una clase política inepta, mercachifle y corrupta.

El segundo pilar es la inversión pública en infraestructura no concesionable, como puentes, electrificación rural, agua potable, saneamiento, masificación del gas en el sur, etc., que permitan que los peruanos del Perú profundo accedan y se beneficien de la economía de mercado.

El tercer y cuarto punto lo constituyen salud y educación, las dos variables que más explican la productividad de las personas. No existe en el mundo país con altos niveles de ingresos con ciudadanos con baja productividad. Con 42.4% de los niños de 6 a 35 meses con anemia, 50% de postas médicas sin doctor y con nueve de diez establecimientos de salud públicos con infraestructura y equipamiento inadecuado se delinea la difícil situación por la que atraviesa el sector salud.

La educación no es ajena a la misma penosa realidad, con infraestructura escolar en decadencia, la mitad de los colegios públicos sin agua ni desagüe, con la clase política destruyendo todo avance y vestigio de meritocracia y capacitación en el magisterio para regresar la politiquería barata a costa de la educación de los niños.

Y, finalmente, está el drama de la seguridad ciudadana, porque nada es posible si es que no se puede salir a la calle sin que nos roben, extorsionen o asesinen. Este punto demandará una próxima columna aparte.

Como vemos, el desafío es enorme, pero perfectamente realizable. Comienza por tener las cosas claras, las prioridades correctas y gobernar en aras de un proyecto de país en común. Por un país que “dé la hora” para todos, no solo para quienes ostenten el poder.

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