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Hace ochenta años apareció la Introducción al teatro de Sófocles, de María Rosa Lida, una brillante helenista de Latinoamérica. Lida denunció allí que hasta entonces nuestro idioma solo contaba con tres traducciones del poeta griego; ninguna de ellas mínimamente decente. Una era reescritura de la pésima versión francesa de Leconte de Lisle. Otra, de José Alemany Bolufer, mostraba que este tal vez sabía griego, pero era un inepto con el castellano. La tercera, del padre Errandonea, quería ser peor. Ojalá alguien como ella juzgara las traducciones de los clásicos que circulan hoy.

Cuando María Rosa reseñó una obra capital de Ernst Robert Curtius, con sólidos argumentos desató su violencia sobre el venerado teutón. Repitió la hazaña con Gilbert Highet y Pierre Le Gentil. Era mujer, judía y argentina, y no creía en nadie. Escribió La idea de la fama en la Edad Media castellana y La originalidad artística de La Celestina, estudios donde su erudición acompaña una sensibilidad de artista. Hija de una familia de migrantes judíos que hablaba yidis, gozó de muchas lenguas: enseñó latín y tradujo Cumbres borrascosas y la obra de Heródoto, la primera versión moderna en español. Sobre esta, el peninsular Carlos Schrader acepta, con mezquindad, que es “una versión aceptable” y acusa a la argentina de omitir arcaísmos del original que son innecesarios, como “además también”, que él conserva en su traducción (Gredos, 1977). Son dos estilos distintos, ambos legítimos.

La Introducción al teatro de Sófocles es una puerta de entrada a adicciones más graves, como Esquilo o Aristófanes, se ha reportado que incluso Homero. María Rosa define así la literatura de los griegos: “El arte clásico no solo se ocupa exclusivamente del hombre, sino además de sus condiciones esenciales, anteriores, superiores a las circunstancias históricas cambiantes (…). Otra nota de lo clásico es su verdad u objetividad, que los griegos dirían franqueza: se encara con realidades, no con esperanzas ni con ensueños. En este sentido no es clásica la Divina Comedia”. Como se ve, esta Introducción… es un libro que no debería estar al alcance de los jóvenes. No hay peligro: en el Perú no se encuentra casi ninguna de sus obras. La autora se ganó la admiración de Amado Alonso, Alfonso Reyes y Ramón Menéndez Pidal, mas no la necesitaba. María Rosa Lida murió en 1962, de cáncer. Aún no había cumplido cincuenta y dos años.