Super Mensajes

El gran Eugenio d’Ors nos dejó una frase para el bronce cuando quiso describir la importancia de encontrarse en la vida con un maestro: “Bienaventurado aquél, no me cansaré de repetirlo, bienaventurado aquél que ha conocido un maestro”. Es cierto. Feliz aquél que ha conocido a un maestro de verdad.

Los que tienen esa fortuna transforman su propia existencia, la vida les cambia. La vocación universitaria es algo trascendente. Moldear el alma, el pensamiento de una generación es una responsabilidad enorme y algún día tendremos que rendir cuentas a Dios sobre cómo multiplicamos el talento universitario para la paz y el desarrollo o viceversa.

Don Ramiro Salas, rector emérito y gran canciller de la Universidad San Ignacio de Loyola, es un maestro de verdad. Hace unos días, reunidos en un zoom para despedirle, todos los decanos y directivos de la USIL comentaban las anécdotas de estos años en que hemos tenido el enorme privilegio de tenerlo como rector.

Algunos recordaban su nobleza, otros su carácter afable, varios su sentido de la lealtad o su humor a prueba de balas y todos, sin excepción, su gran humildad. A mí me gustaría dejar impresas algunas líneas sobre su magnanimidad. Nunca olvidaré la figura de Don Ramiro, al inicio de todos los periodos académicos, saludando a los alumnos que empezaban las clases. Multiplicándose, acudiendo a uno y otro lugar. Con cariño, con generosidad, con verdadera vocación de servicio. En la grandeza de las cosas pequeñas se templa el acero del que están hechos los hombres de verdad.

¡Cuántas cosas buenas nacen de la Universidad! Don Ramiro, un maestro a carta cabal, nos deja un ejemplo de grandeza de alma. Un ejemplo que en la USIL todos queremos imitar.