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La noticia de que el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte se convirtió en el primer país del planeta en autorizar la aplicación de una vacuna contra el Covid-19 -la Pfizer/BioNTech-, además de prestigiar a la medicina británica, es una gran señal para la humanidad en esta espera que lleva cerca de 9 meses desde que fue declarada oficialmente la pandemia por la Organización Mundial de la Salud, el 11 de marzo de este año. Eso significa, estimado lector, que toda la cadena de investigaciones en laboratorio y de campo (Etapa preclínica y etapa clínica con sus tres fases),ha culminado y Londres se dispone a vacunar a la población del RU, que llega casi a los 68 millones de habitantes. Sin duda, es un momento histórico para la medicina anglosajona a la que la comunidad internacional otorga laureles por la hazaña. Lo que sigue serán otros anuncios de procesos de aplicación de la vacuna, seguramente por Rusia, China, EE.UU., Israel, etc., y con ello, habremos entrado en la ansiada etapa de las inoculaciones, que al comienzo de la pandemia se creía lejana, hasta con cálculos que decían que la vacuna se tendría por lo menos en 5 años cuando menos. La pandemia nos ha tocado en una época de grandes avances científicos y tecnológicos, y por eso los plazos se han acortado. Ahora toca a los países realizar grandes esfuerzos para asegurar la vacuna para sus poblaciones y sobre todo, decir con seguridad, la fecha en que iniciarán las aplicaciones masivas. En nuestro país esta tarea corresponde al gobierno actual. Si la ministra de Salud ha prometido la vacuna para el primer trimestre pues debe cumplir porque sus palabras han creado una sensación de expectativa nacional que exige sea confirmada, de lo contrario se volverá frustración y lo más grave, que países como Ecuador, Colombia. Chile, Argentina o Bolivia, con menos contagiados y muertos que Perú, resulten entre los primeros favorecidos en obtenerla. No es bueno hacer anuncios sin que se tenga certeza porque ilusiona pero también desilusiona, si no se cumple, produciendo rechazo social en un país como el Perú, dominado por las hipersensibilidades políticas, que siguen sin acabar en medio de la pandemia.