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Han pasado tantas cosas tristes que las palabras del novísimo presidente Francisco Sagasti han sido oportunas y reparadoras. Pero pocas veces ha sido tan difícil encontrarle sentido a una expresión usada con demasiada frecuencia los días previos: amor a la patria.

Cuesta más que antes elaborar un concepto claro sobre su significado. Es una definición muy amplia y se puede decir que en ella cabe todo, tanto que hay quienes creen que cada persona tiene derecho a definirla como libremente la entienda. En verdad que puede aplicarse tanto para las tareas más simples como para justificar un magnicidio.

Transcribo una definición que he adaptado con respeto: “El amor a la Patria o patriotismo es el profundo sentimiento de querer a su país y el orgullo de formar parte de él, de su pueblo, territorio, historia, cultura y proyecto común.

Es expresión de respeto y aceptación de la herencia recibida”. Me gusta porque alude tanto a lo material, físico, como a lo temporal, inmaterial. Porque amar la historia es valorar los esfuerzos y logros pasados, sin renunciar a la necesidad de señalar errores y fracasos, afianzando aquellos y superando estos últimos. Amar la cultura es divulgar, crear y recrear. Pero lo que más me atrae es el proyecto común, aquello que aún no tenemos y tanto necesitamos.

El amor a la patria tiene también momentos que exigen actitudes que correspondan a ellos. Una forma es la lealtad, como aquella que aprendimos los tacneños desde la leche materna y en los versos de Barreto: “Amo a mi patria con idolatría / porque en su suelo pródigo he nacido, / porque en ella he gozado y he sufrido / y porque es madre de la madre mía”.