Super Mensajes

Entrevista: César Chaman

El escritor peruano Jorge Eduardo Benavides (Arequipa, 1964) regresa este fin de semana al país, desde Madrid, para presentar su novela ‘Volver a Shangri-La’ en la 26ª edición de la Feria Internacional del Libro de Lima, la FIL Lima 2022.


“A partir de una caja de fotos familiares, Mariana le cuenta la historia de su vida a su hija, para justificar la manera en que repetimos ciertas conductas, muchas veces a nuestro pesar”, refiere Alianza Editorial, en el texto de presentación de la novela de Benavides.

Y el autor añade: “Los seres humanos vamos buscando siempre ese lugar idílico que, a menudo, ancla en la infancia o en algún lugar donde hemos sido particularmente felices, aunque no se trate de un espacio físico sino de un momento” específico de nuestras vidas.

Entre otras distinciones, Benavides ganó el XXV Premio de novela Torrente Ballester y el XIX Premio Unicaja Fernando Quiñones de novela.

En la siguiente entrevista, el autor reflexiona sobre los retos de la literatura, la afición por escribir, las influencias que marcan los estilos de los escritores y la presencia discutible de influencers y personajes similares en los espacios literarios.

Refiriéndose al acto de crear, usted afirma que toda novela “es un descubrimiento para el propio escritor”. Después de varias novelas publicadas, ¿qué resulta de la suma de esos descubrimientos?
–Un conocimiento cada vez mayor de lo que hemos hecho. Creo que los escritores escribimos, pero no conocemos del todo aquello que escribimos. He conocido algunos autores de quienes algún crítico ha dicho, por ejemplo: “Creo que este escritor tiene influencia de William Faulkner”. Y ese escritor ha soltado una risa un poco desdeñosa para decir: “¡Pero, si yo jamás lo he leído!”. “Sí, tú no lo habrás leído directamente, pero has leído a quienes sí lo hicieron”. Entonces, la literatura es como una polinización que se va esparciendo. Y puede que yo no haya leído a Faulkner, pero seguro he leído a García Márquez.

Entonces, lo que nos pasa a los escritores es que vamos conociendo una parte de los que escribimos y otra parte nos la va dando el lector, un reseñista que hace su trabajo y te va indicando cosas que tú quizás no habías visto. Y eso hay que aceptarlo con cierta humildad. Porque escribir una novela también es descubrirla, no es una cosa tan mecánica: las páginas de una novela son un espejo donde nos reflejamos. Y si lo hacemos con cierta sinceridad y con experiencia, probablemente el lector también se asome a ese mismo espejo y vea su condición y su atributo humano más limpio.

En la línea de las influencias, usted ha dejado claro sus referentes. ¿Qué ha tomado Jorge Benavides de Julio Cortázar y de Mario Vargas Llosa?
–De Cortázar, su maravillosa disposición a utilizar el lenguaje de una manera tan plástica, tan dúctil, tan rica. Cortázar hace una cosa fantástica: convertir en algo fresco lo que en otro autor sería un mero atributo de erudición y cultura. Y la cultura, como decía Julio Ramón Ribeyro, es un saber que se añade al saber para darnos uno nuevo.

Cortázar hacía eso con la cultura: la convertía en algo maravilloso y asequible. No era pedantería o un conocimiento restringido, que es lo que hacen algunos intelectuales con su conocimiento; es como si apilaran páginas de páginas para establecer una especie de pedestal desde donde nos hablan. Cortázar hace todo lo contrario. 

Y Vargas Llosa para mí es un escritor que, a muchos de mi generación, nos enseñó lo que era la disciplina de escribir. Escribir es un oficio y hay que tomárselo de una manera seria. Este oficio hay que tomarlo no con solemnidad, pero sí con seriedad. Muchos escritores aprendimos de él esta voluntad de escribir y sacar adelante nuestro oficio. Por eso, nosotros no somos profesionales. Un profesional tiene un título que acredita que lo es, aunque los resultados sean pobres. En cambio, el que tiene un oficio lo hace bien –o pretende hacerlo bien– aunque no tenga un título. 

Esta semana comenzó la Feria Internacional del Libro de Lima, la FIL Lima 2022. ¿Qué tan preparados estamos lo lectores para la diversidad de la oferta con la que nos enfrentamos?
–Bueno, siendo sinceros, la literatura nunca ha sido una cosa de gran respuesta popular. De hecho, probablemente ahora leemos más que nunca, lo que pasa es que la calidad de lo que leemos ha bajado porque hay una oferta muy grande. No hablo solo de la literatura, sino del acceso que tenemos a leer, somos asediados constantemente por textos. Incluso los pequeños textos en Facebook o Twitter: siempre leemos. Pero eso no significa que leamos con calidad. Ahora, siempre ha sido así y creo cada lector va discerniendo acerca de lo que le interesa, el tipo de literatura que le gusta, si es que le gusta. 

¿Qué tan preparados estamos? Es la pregunta del millón porque depende mucho de lo que consideremos como tal. Es como el entretenimiento: entretenerse no es hacerlo necesariamente de manera frívola. Hay gente que se entretiene con cosas más complejas. 

Cuando Elias Canetti contaba lo que escribía y lo que vivía, yo pensaba: Qué entretenida debe ser su vida. Pero, claro, vamos a ver, su entretenimiento eran sus libros y los muchos idiomas que hablaba. Entonces, la literatura tiene un punto de entretenimiento, pero hay que ver qué punto. Eso no significa que uno restrinja el mundo de la literatura a ciertas cualidades insobornables. Eso depende de cada lector, depende de cada uno.

Usted opina que la literatura “solo debe responder a su naturaleza intrínsecamente persuasiva, es decir, que la historia y los personajes sean verosímiles, creíbles”. ¿Es la verosimilitud el mayor desafío al que se enfrenta a la hora de escribir?
–Creo que, básicamente, la ficción funciona y responde a ese gran requerimiento que es la persuasión. Es decir, la literatura no cuenta la realidad sino una versión persuasiva de ella. Eso es la verosimilitud. Y los escritores trabajamos con esa idea: que lo que estamos contando de manera momentánea hace que el lector pierda su conexión con la realidad para entrar a esa otra realidad que le estamos proponiendo.

Vargas Llosa plantea que la literatura es una gran mentira que dice una verdad. Es una idea bastante interesante. Se podría decir también que la literatura es una vía distinta de acceder a la realidad, porque forma parte de ella. Las ficciones son parte de nuestra realidad, vivimos constituidos o rodeados y cercados de la ficción. Y yo, sin embargo, sí creo que la literatura es uno de los pocos momentos –si no el único– en que podemos mentir con total alivio, porque de eso se trata. Se trata de que la persona que entra a una novela, en este caso a ‘Volver a Shangri-La’, crea que es así porque yo en esa novela estoy dejando un rastro de realidad muy tangible, que es hablar de las relaciones entre madres e hijos, relaciones humanas, cómo se plantean esas relaciones. Y creo que la literatura nos gusta también por eso.

En la aspiración de la verosimilitud, ¿funcionan mejor los relatos con carácter histórico?
–Depende muchísimo de los lectores. En el fondo, no se puede olvidar que el sustrato de todas las novelas son la persuasión y la verosimilitud. Hay gente que se siente muy cómoda leyendo y viviendo –si se quiere– en un mundo antiguo. Los lectores de novelas que ocurren en el pasado más remoto se acercan a él y lo conocen. La autora de ‘Memorias de Adriano’, Marguerite Yourcenar, contaba que ella trabajó cerca de 50 años para sentir que estaba lista para escribir esa historia. Evidentemente ella vivía ya en ese mundo de la Roma de Adriano.

En el caso de ‘Los años inútiles’ y las novelas políticas que yo he escrito, hay gente que puede sentir que hay allí un registro acerca de ese tiempo que muchos peruanos reconocen y vivieron –finales de la década de 1980–. En el caso concreto de ‘Volver a Shangri-La’, también se habla de esa época, aunque de pasada, pero cuenta una cosa con la que pueden sentirse más cómplices lectores de muchos sitios, porque no requiere un mínimo conocimiento o interés de cierta parte de la historia de un país o de una sociedad. Cualquiera puede reconocer la historia de Mariana, que no quiere parecerse a su madre en la relación que tiene con su hija y cómo le advierte para que esas cosas no ocurran, es decir, para no repetir la historia. Y eso es profundamente humano, eso lo que vamos a encontrar en todas las sociedades y todos los tiempos.

¿Qué buscan los participantes en los talleres de escritura creativa que usted dicta?
–Buscan, precisamente, aprender a utilizar ese instrumento que han descubierto en el acto de escribir. Como casi todos, en algún momento han intentado escribir y se han enganchado con la intención de trabajar una ficción. Y de pronto se ven inhábiles para acometer la tarea porque se dan cuenta de que no basta con saber redactar para escribir.  

La literatura es como una aspiración estética del mero hecho de redactar algo, de hacer un inventario testimonial de algo. La literatura requiere oficio. Entonces, los talleristas llegan buscando ese oficio. O sea, aprenden a hacer esas ficciones y es un proceso realmente fascinante. La gente va al taller no necesariamente para convertirse en un escritor profesional; va porque quiere aprender a indagar cómo es su mundo, a través del elemento literario como instrumento. Ese germen es igual para todos.

¿La escritura es para todos?
–Absolutamente. Para toda persona que escribe o que sabe redactar, puesto que ese es su mecanismo. Es importantísimo saber que se puede acometer el trabajo literario –que es ficcionalizar algo– porque todos tenemos un mundo que no se agota en el que vivimos, sino en el que quisiéramos que existiera. Eso es precisamente la literatura, ese algo que pone de manifiesto nuestra capacidad de empatía y de transmutarnos en otro. 

La literatura que es solo autorreferencial suele desgastarse muy rápido, porque yo leo una novela –como cuando veo una película– para descansar un rato de mi vida y para meterme en la de otro, para vivir otras vidas que no he tenido. Y cuando escribo, hago lo mismo. Y allí es donde nos juntamos el lector y el escritor, en ese pacto, en ese ejercicio teatral un poco lujoso de vivir una mentira que yo te cuento. Es una seducción y tú la tienes que creer: por un momento, mientras lees, entras a vivir en este mundo. 

En realidad, uno lee ficción para dejar de leer: leer en sí mismo suele cansar, necesita mucha atención. Y lo sabe bien la gente que lee por trabajo, textos áridos. Pero cuando lees ficción, lees para olvidarte que estás leyendo. Abres las páginas y te metes en ese libro.

¿Cuáles son sus expectativas respecto a la FIL Lima 2022? 
–Vengo muy entusiasta porque, efectivamente, en el Perú –como en muchos países de América Latina– uno se sorprende de la respuesta de la gente por la literatura, por los libros y por lo que ello evoca. En la feria, los actos suelen estar llenos, la gente va y quiere leer. 

En nuestros países, evidentemente, los libros no son artículos de consumo habitual. Porque para mucha gente comprar un libro puede salir de su presupuesto o tiene que rascar mucho para conseguirlos. Por lo tanto, yo valoro muchísimo ese esfuerzo de la gente. Y aunque se ha dicho tantas veces, no está demás repetirlo: la cultura es importantísima. En países como los nuestros, la población es joven y, por lo tanto, está condenada a olvidar, como sociedad. Los jóvenes tienen más empuje, pero menos pasado. A los jóvenes de hoy, no sé, les puede parecer que Abimael Guzmán es de la época del virrey Amat. Y eso lo puede paliar la cultura, la relación que tenemos con la historia, con lo escrito, con el saber de otros. Entonces, en ese sentido, las ferias son importantísimas.

Ahora, en las ferias se debería dar importancia también a los libros de divulgación, de historia, a los ensayos, no solo a los que escribimos ficción. Eso me parece importante de las ferias. Y que no acaparen el ambiente productos espurios que no corresponden al mundo del libro.

¿Como cuáles?
–Por ejemplo, veo mucho ‘influencer’, mucha gente que no ha escrito ni siquiera ese libro (que lleva su nombre) y que no aporta absolutamente nada. No se trata de prohibirles que vayan y presenten sus productos ni mucho menos, pero es una pena que nos desplacen.

¿No hay algo de celos en esta afirmación?
–No, en absoluto. Estoy hablando como lector. Y no hay nada de celos porque quienes nos dedicamos a la literatura y la amamos, necesitamos que nos den lectura, que nos den un acceso a la historia, a la filosofía, a la política, a las ficciones. Necesitamos que la literatura no se convierta meramente en un producto de usar y botar. Yo creo que nadie en su sano juicio diría lo contrario. 

¿Una frase que resuma el espíritu de su novela ‘Volver a Shangri-La’?
–Descubrir que la experiencia humana es algo tan importante que a veces nos cuesta entender quiénes somos, hasta que nos enfrentamos finalmente con ciertas partes de nuestra vida.


Más en Andina:


(FIN) CCH

Publicado: 23/7/2022